Educar en el deporte
‘’Es una edad complicada, muchas veces no hacen caso a padres, profesores… Pero el deporte es algo distinto, les mueve, y es necesario que los entrenadores aprovechemos aquello, y que creamos en poder hacer del deporte un proyecto educativo a gran escala’’.
Me llamo Guille, tengo 24 años y soy entrenador de un equipo de la categoría infantil en el Club Deportivo Escuela Breogán.
Este será mi sexto año formando parte del cuerpo de monitores de esta casa, es decir, llevo desde mis 18 formando jugadores.
En mi trayectoria, he podido ir observando el increíble impacto que los entrenadores generamos en los niños, de ahí la frase que nos precede. He trabajado, en su mayoría, con chavales de 11 a 16 años, y he podido observar, sin asomo de duda, que en muchas ocasiones lo que les decimos lo aplican.
Pero esto depende de quienes seamos.
Si somos entrenadores obsesionados por competir y ganar a costa de cualquier circunstancia, no. Pero sí lo aplican cuando somos entrenadores que tratamos de inspirarles, que creemos en ellos, a que no nos importa si juegan bien o mal, sino lo bien que lo pasan, lo que aprenden, la actitud que toman, los valores que adquieren…
A principio de temporada siempre suelto el mismo discurso, les pido que se sienten y acepten unas premisas.
Expongo que en mis equipos predominan, siempre, tres objetivos.
El primero.-
es ser felices jugando al fútbol, siento que es muy importante que el chaval venga y se vaya de entrenamientos y partidos con ilusión, y con una sonrisa de oreja a oreja.
El segundo.-
es que haya aprendizaje. Veo muy importante que, parta de donde parta, el niño mejore. Me niego a tratar solo con los jugadores más habilidosos y dejar de un lado a los que técnicamente puedan ir peor. Le exijo a cada uno según sus posibilidades, y les hago creer, de uno en uno, que pueden llegar a ser muy buenos, y que todo depende de la actitud que le pongan.
El tercer objetivo.-
es educarlos en valores, veo vital fomentar valores humanos para con los demás,
como son el respeto, la paz, la igualdad, la justicia o la empatía, así como para con uno mismo, véanse el valor del esfuerzo, la perseverancia, la ambición, la humildad o la responsabilidad.
Hablo con ellos, tengo muchas charlas. De hecho, en cada carrera continua de cada entreno, hablo con uno, mientras los otros 19 corren. Al principio me sirve para conocerles, para saber cómo son, como jugadores pero también como personas. Acabo descubriendo si son diestros o zurdos, si les cuesta mucho esfuerzo físico realizar un repliegue o si tienen miedo a los balones divididos, pero también descubro cuáles son sus intereses, a qué se dedican fuera del campo, si les gusta estudiar, si tocan algún instrumento musical o si les gustan las películas de terror.
Poco a poco les voy conociendo, y poco a poco ellos me van conociendo a mí. Depositan su confianza conmigo, y yo trato de transmitirles la confianza y seguridad que ellos puedan necesitar para ser el mejor jugador y la mejor persona que pueden llegar a ser.
Hago dinámicas de grupo con los chicos. A veces terminamos antes el entrenamiento, nos metemos en el vestuario, y hacemos algún juego. Este juego puede llegar a ser desde una risoterapia, en la que todos acaban tronchados de risa, hasta una dinámica en la que estudiemos el valor de la empatía, tocando aspectos de la inclusión en el deporte, el acoso, o la importancia del conjunto. Trato de implicar siempre a mis jugadores en juegos por los que se sientan motivados y de los que aprendan una lección.
Les pido las notas, me parece importante. Respeto siempre la decisión de los padres de no dármelas, aunque les invito a hacerlo y siempre tengo respuesta positiva de todos. La
responsabilidad es uno de los valores que hay que inculcarles, como hemos dicho en la lista mencionada con anterioridad. Si deciden jugar al fútbol es porque ellos quieren, y de claro está que si han tomado esa decisión es porque van a saber compaginar esto con los estudios.
Nunca voy a echar a un jugador de mi equipo por sacar malas notas. Es más, creo que castigar sin deporte a un chaval por no ir bien en los estudios es un error. Primero porque todos tienen derecho a divertirse y hacer deporte, saquen las notas que saquen, siguen siendo niños. Y segundo porque las alternativas de ocio que la sociedad propone para ellos se ven, últimamente, limitadas a jugar a la play, comer en un sitio de comida rápida, beber alcohol, fumar, o incluso adquirir otros vicios como los de las casas de apuestas, de las que tanto se habla últimamente. No quiero decir que no haya más alternativas, simplemente que son las que la sociedad oferta en abundancia, porque de alguna forma se ve beneficiada económicamente. Les pido las notas para impulsarles a mejorar. He podido observar lo enserio que se toman el estudiar cuando les prometo incluso ventajas en los minutos de juego, siendo justo con el de otros jugadores.
Una vez al año llamo a un compañero mío que es nutricionista para que venga a dar una charla sobre alimentación. Sobre ella se tocan aspectos tales como la pirámide alimenticia, la importancia de un buen desayuno, qué pueden comer antes de un partido…
Pero no desde el discurso rollo e interminable, sino desde dinámicas más lúdicas y consecuentes.
En los partidos sigo siendo fiel a mis principios, y pido a mis jugadores que sean íntegros dentro y fuera del campo. Un día, hace ya varios meses, uno de mis chicos marcó un gol en el minuto 70 de un partido que íbamos perdiendo por uno, pasando a empatarlo. Seguidamente, su reacción fue coger el balón, llevarlo a medio campo, y gritar:‘’vamos joder, si no son nadie, son malísimos’’.
Instintivamente llamé al árbitro, pedí retirar a mi jugador y quedarme con 10, a expensas de situarnos con uno menos a falta de 10 minutos del final y con el marcador tan apretado. Le tuve sentado en el banquillo al menos 5 minutos, mientras parte de la grada gritaba: ‘’míster, estamos con 10’’. La verdad es que era muy consciente de la situación pero yo no debía probar nada a absolutamente nadie, solo a mí mismo y a mis principios, solo su madre se percató de la lección que ese día su hijo aprendería…
Él estaba enfadado conmigo en el banquillo. Esperé a que se calmara, hablé con él, y poco después, salió motivadísimo, metió otro gol, y vino a celebrarlo al banquillo, conmigo, saltó y me dio un abrazo.
¡Qué golazo y qué victoria!
Pero sobre todo, qué bien se portó yendo después, a dar la mano y pedir perdón.
En diciembre y en junio organizo, junto a mi cuerpo técnico, una comida para reforzar, antes de las vacaciones de navidad o verano, el espíritu de equipo y la importancia de sentirnos una piña. Estas comidas las veo muy necesarias, ya que hablan entre ellos de otras cosas que no son el fútbol, y muchos, que quizás no se conocían la temporada anterior, acaban siendo amigos y haciendo planes juntos a expensas de entrenamientos y partidos.
Con todo esto, quiero decir que de mi experiencia he aprendido que educación y deporte son perfectamente compatibles. A lo largo de los años en Breogán me he dado cuenta de que a mí, como persona, este club me ha llenado, y que los chavales aprenden conmigo, pero no más de lo que yo aprendo de ellos. Nunca me dejan de sorprender, es increíble los gestos que tienen a veces, y todo el mundo que se haya en su interior, si se sabe mirar bien.
Creo que la filosofía de esta casa va a la par que la mía, tiene que ver con educar deportistas, con formar personas…